Uno de los temas más comunes que nos encontramos en un conflicto familiar, exista o no todavía un proceso legal, es la forma que muchos padres y madres, a menudo, libran sus batallas a través de sus hijos menores. Muchas veces, las parejas ni siquiera saben que están haciendo esto. Son de esas cosas que se inician de manera casi inconsciente, y luego siguen. Una señal de que esos roces han empezado es cuando el niño empieza a tener «problemas de conducta». Con demasiada frecuencia creemos que el “niño tiene problemas”, cuando es al revés, el problema está en los progenitores.
¿A qué se debe? Por lo general, muestra un estancamiento en la capacidad de la pareja para resolver los conflictos en su matrimonio. Uno de los puntos más importantes de una relación de pareja es la capacidad de cometer errores, de cambiar, de aprender, lo cual es esencial para el crecimiento sano de la misma. A veces, debido al orgullo, la fragilidad emocional u otros factores, el matrimonio cae en un estado de parálisis, terreno fértil para que los problemas con los niños se produzcan.
En muchas ocasiones los niños no son más que los que acaban pagando los platos rotos de los problemas que tienen sus padres como pareja, los cuales son, a su vez, sus propios fracasos y frustraciones. La parte negativa es que ninguno de ellos es consciente.
Así, antes de caer en la conclusión rápida de “ a mí hijo/a le pasa algo”, habría que preguntarse antes “qué estoy/estamos haciendo mal como progenitor/es”. Es más, si el menor tuviera la madurez suficiente, sería recomendable preguntarle. El preguntar y reflexionar puede hacer darnos cuenta de conflictos ocultos.
Creer que el problema lo tienen los menores y no los adultos, no es nada aconsejable y mucho menos utilizarlos a ellos como medios de castigo para sancionar al otro progenitor. Hacerlo puede acabar reportando resultados muy negativos en la vida del menor, tanto a corto como a largo plazo.
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